Vinculado, en sus inicios, al pop art y al nuevo realismo, Antoni Llena (Barcelona, 1942) está considerado uno de los exponentes más emblemáticos del conceptualismo catalán de los años sesenta y setenta.

Si bien algunos críticos han identificado los planteamientos de conceptuales de desacralización del arte contemporáneo establecido, como una desestructuración de los conceptos tradicionales de pintura y escultura, lo cierto es que el desplazamiento del objeto por la idea dió origen a unas prácticas creativas que se han centrado, sobre todo, en los procesos de concepción de la obra de arte por encima de su producción física. Lo que alguien ha definido como arte procesual.

Esta importancia del proceso de creación es definitoria en el caso de Antoni Llena, que centra su interés en la reducción progresiva de la pieza y en la desafección de todo lo que le es superfluo o innecesario. Pero, en el caso de Llena, como en el caso de Àngel Jové, la materialización plástica de este proceso no es nada más que la consecuencia inevitable de una introspección intelectual y vital. Una metafísica en la que los conceptos esenciales del arte salen paradójicamente reforzados.
El resultado es una obra desnuda, desprovista de toda retórica superflua y prescindible, leve y frágil como los materiales que utiliza: esencial.

Carles M. Sanuy