Oro i azúcar. Probablemente, una de las cosas que más nos sorprende de las obras y de las instalaciones de Esteve Casanoves es su resultado físico y sensual, su capacidad para trabajar con materiales insólitos y sorprendentes.

No es la forma o el concepto, lo que se nos muestra de primero. Es más bien el misterio, la ambigüedad, la indefinición, lo que caracteriza su trabajo. La dialéctica entre lo profano y lo religioso, entre lo natural y lo artificial, entre la solidez y la ligereza se cuela en todas sus obras.

Es por ello que esta pieza de Esteve Casanoves, hecha con la colaboración de Albert Vergés, nos interroga y nos inquieta. Lejos del conformismo y de lugar común, nos traslada al territorio de lo ignoto y de lo indefinido. ¿Hacia dónde nos lleva su arte? No lo sabemos.

En un mundo de incertitudes y complejo como el que vivimos, nos recuerda cómo el sonido y la luz son tan importantes como el color y la forma. Vivimos en un rumor fluorescente, el ruido y el estupor dominan nuestro tiempo, nuestra sociedad. Conviene saber escuchar el sonido de las piedras y ver la luz de la noche.

Manuel Guerrero