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Jordi Abell贸

De Leonardo a Darfur

Paradójicamente, hoy el olvido no necesita del paso del tiempo. Es casi inmediato y se basa en la dispersión de estímulos e informaciones. No se origina en la disipación, sino en la saturación. Es por ello que, cuando Jordi Abelló nos plantea enfocar de nuevo nuestra atención sobre un acontecimiento de tal magnitud trágica como lo fue el llamado genocidio de Darfur, no querríamos recurrir simplemente al término —de tan repetido, a veces inoperante— de la memoria y a su necesaria protección.

Con De Leonardo a Darfur, Abelló establece un recorrido insólito que no traslada de uno de los iconos —el pleonasmo está totalmente justificado— de la pintura occidental, La Santa Cena de Leonardo, motivo de turismo banal y de legítima admiración estética, hasta el áspero escenario de una guerra terrible, con la imagen que Google Earth ofrece de Darfur, representación real y planimetría a la vez. Es un viaje insospechado que pone en evidencia los sustratos del olvido.

En esta pieza, no podemos dejar de referirnos al famoso fragmento del tratado sobre la pintura de Leonardo donde decía que en los muros sucios e irregulares podíamos descubrir bellos y pintorescos paisajes, batallas y figuras agitadas. Con ello reivindicaba la imaginación y una pintura basada no en la descripción realista o idealizada, sino en el efecto visual, como en su brumoso y característico sfumato. La vaguedad imprecisa pero sugeridora de fantasmagorías de este recurso y esta mirada sirven como modelo de una concepción ilusionista de la imagen. Del mismo modo, nosotros nos dejamos seducir hoy por el calidoscopio de estímulos visuales cayendo, quizá, en un hipnotismo narcótico, en una confusión placentera. Pero a este mecanismo fundamental de la imagen se le puede dar la vuelta y activarlo como recurso de desvelo, de iluminación esclarecedora.

El desplazamiento espacial y temporal que nos propone Abelló crea una superposición, es decir, una sincronización. Darfur está presente, o debería estarlo, bajo la superficie de nuestro imaginario. Del rictus sufridor del apóstol llegamos al testimonio inquietante de un episodio que nos habla de nuestra pulsión terrible de violencia. Aquí Leonardo no es un punto de partida excelso, no tiene el brillo de lo áureo, sino que ofrece un paisaje de aridez que permite que el craquelé de la pintura resulte el agrietado de una tierra árida y desértica y que ambos evoquen el rastro del tiempo y la herida. Como en un aterrizaje, un adentramiento moral, accedemos a las capas dolorosas de una deshumanización que, irresponsable y perversamente, nos empeñamos en no mirar.

Àlex Mitrani