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Guinovart

Josep Guinovart.

La GaLeRia,Sant Cugat

Sin duda la sociedad de la tecnología mediática ha puesto al alcance de la mayoría una gran cantidad de información. Creemos que podemos acceder a cualquier conocimiento con un par de clics del ordenador y participamos de una dinámica vertiginosa que empuja nuestra atención de un motivo a otro, sin darnos tiempo para digerir el bombardeo de estímulos a lo estamos sometidos constantemente.

Ante la falta de tiempo, el espectador espera que le guíen la mirada, que le expliquen el significado de la producción artística. De los artistas esperan gestos grandilocuentes que conquisten el escenario mediático donde se miden los triunfos huidizos. Hay intentos de acercarse a la humanidad de las personas, a lo primigenio, pero a menudo se confunde la anécdota con lo importante y se desperdicia el tiempo con lo superficial.

Hay pues encontrar espacios donde poder encontrarnos verdaderamente y poder entender nuestro lugar en relación con el entorno. La producción de Guinovart, de la que ahora os presentamos una muestra que abarca obra desde 1956 hasta su muerte en 2007, se eleva como una atalaya desde donde el artista nos brinda esta oportunidad haciendo -nos partícipes de momentos de verdad. Contempla con atención la tierra y el mar, la ciudad y el mundo rural, la sociedad y el individuo, la tradición y la modernidad y señala los indicios de autenticidad que podemos descubrir. Su capacidad de penetración explica su vigencia, ahora aún más significativa cuando ya han pasado seis años desde su muerte. A nosotros sólo nos queda aquietar el ritmo y estar dispuestos a adentrarnos, tal como el artista hacía cuando acometía cada obra, en la materia y el gesto fundamental que le dictaban un entorno y unas circunstancias concretas.

Los años de formación de Guinovart siguen un patrón que encontramos en otros artistas catalanes de la época: traslado de la ciudad al campo durante la guerra civil, estudia en Palco mientras trabaja en el negocio familiar los primeros años de la posguerra, asiste a clases el FAD, deviene miembro del Círculo Maillol, recibe una beca del Instituto Francés para estudiar en París (1953), hace estancias en varios lugares de Europa, visita Picasso, etc. En la década de los cuarenta su pintura evoluciona hacia un realismo esquemático que delata una carga trascendente y primitivista: la frontalidad y la ingenuidad de las figuras, la atracción por el arte románico que compartía con los coetáneos, así como la nostalgia por las cosas originarias que habían esparcido las vanguardias. En los años cincuenta, influido por el interés por Zabaleta, el populismo lorquiano, los toros, el flamenquismo y el cante jondo -que serán temas que hasta el final emergerán intermitentemente en su producción- se adentra en la expresión realista del mundo del campo enlazando con una poética rural, geometrizante, de lirismo grave que JM Bonet ha observado entre otros artistas de aquel momento. A finales de los cincuenta abandona la representación y su obra hace un giro hacia el informalismo con la incorporación de materiales humildes y el trabajo expresivo de la materia. Y a principios de los sesenta inicia una etapa de síntesis de lo que Corredor Matheos llama "nuevo realismo" por la presencia de elementos de la vida real en un contexto abstracto, que le permiten expresar la huella del tiempo, los ciclos de la naturaleza, los hechos sociales o la dicotomía humana.

Esta capacidad de síntesis entre la abstracción y la realidad definirá a partir de entonces su trayectoria en la que se mantendrá siempre vivo el interés por la sociedad y el mundo cultural que le rodea. Como ejemplo en esta exposición podemos contemplar unas magníficas pinturas dedicadas a Miró (Las algarrobas de Miró y Miró, 1993), a Picasso (Minotauro, 2003) y en Barradas (Espacio urbano y Barcelona desde el mar, 2005). Otras piezas muestran de una manera más sutil la conversación estética que establece con otros autores y movimientos: en la constelación de luna y huevos (S / T, 1978) se puede ver un eco del universo de Ponç y el plato y construcción de hormigas (S / T, 1998) con las inquietudes y estética surrealistas, aunque ambas obras son plenamente guinovartianes y emergen de la necesidad visceral de plasmar el ciclo silencioso pero febril que impulsa la vida.

Por encima de todo es el proceso de destrucción y construcción, de muerte y de renacimiento constante lo que lo define y explica que no se acomode en ningún estilo, porque el artista se reinventa en cada pintura. Es cierto que los autores que han profundizado en su trayectoria han señalado una serie de símbolos y motivos que menudean su obra: la rueda, el sol, el grano, la espiga, los objetos desgastados, los colores de las estaciones, las labores del campo, el mar, el pescado y el pescador, la barca, el huevo, las maderas quemadas o los rastrojos entre muchos otros. Pero de una manera u otra, todos los que la han estudiado coinciden en subrayar la transformación y la sorpresa como rasgos de su producción. La riqueza de su cosmos, que explica la diversidad de interpretaciones y lecturas

Helena Batlle i Argimon