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Guinovart

Josep Guinovart.

Sala Capitular Museu Monestir de Sant Cugat

El tiempo devora todo aquello que es accidental y no ha sido capaz de calar profundamente
en nosotros y cobra, en cambio, presencia y fuerza lo llamado a permanecer por su profundidad y altura. Un artista nos importa verdaderamente cuando, al revisar su producción, por mucho que la conozcamos, nos sigue abriendo espacios en nuestra comprensión de la realidad. Nuestro país ha contado siempre con grandes figuras en este campo y es necesario tenerlas muy presentes, tanto para enriquecernos con la contemplación de sus obras como para salvaguardar el carácter de guía o referencia prestigiosa que hayan alcanzado.
Esta exposición dedicada a Josep Guinovart está formada por pinturas de momentos diferentes de su trayectoria que nos permiten apreciar cuál ha sido substancialmente su aportación al arte. En diciembre del presente año se cumplirán seis años de su muerte, y su obra, que podemos considerar ya con cierta perspectiva, se va reafirmando cada día más como propia de un gran creador.
De 1954 en que realiza Cap I al 2006, el año anterior a su muerte, de El blau del nàufrag, ha pasado más de medio siglo. Su arte ha madurado y se ha clarificado. El duelo, de tanto valor simbólico, de la luz y la sombra, se ha intensificado. La sombra puede tener más intensidad, y la materia espesarse, como constata el proceso que van marcando lienzos como Rasclet (1975), L’oval (1988) y El sol de l’arengada (2002), pero en otras obras, de pronto, la luz estalla y las pinceladas y los elementos del collage se desgranan como las cuentas de un collar luminoso, así en Sense títol (1993), una de sus realizaciones de mayor altura. Tiene esta pintura mucho de hornacina e impresiona con un carácter que llamaría sagrado, si supiera que va a ser bien interpretado como equivalente de profunda visión de una realidad que nos parece, en última instancia, desconocida.
El conflicto entre la luz y la sombra, así como el que se da, en el mejor arte, entre forma y aspiración al vacío, es permanente, y las obras aquí exhibidas revelan la consecución del objetivo al que se dirige este proceso. El blau del nàufrag (2006), una de las últimas pinturas que realizó, es excelente ejemplo de liberación de la forma, el color y la luz. El espacio que se abre ante nuestros ojos connota el cosmos. Parece evocar una vida que nace y se expande. El artista alcanza un resultado que ha ido conquistando a lo largo de una larga trayectoria.
Las doce obras de esta exposición son muy valiosas plásticamente y resultan significativas de sus diferentes etapas y del recorrido en su conjunto. Cada uno de los espectadores, según su gusto personal, preferirá unas u otras (de gustibus non disputandum), pero todas dan la medida del gran artista que ha sido, es, Josep Guinovart.