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Més enllà de la terra: el transcendent en l'obra de Guinovart

Josep Guinovart.

El realismo del arte de Guinovart es indiscutible. Pero su concepción del mundo real, en confluencia y hasta en fusión con una visión en profundidad que escapa a la que es propia de la vida cotidiana, resulta turbadora muchas veces. (...) Y la manera y en el grado en que siendo la naturaleza, junto con la libertad en que se abre a experiencias inesperadas, dan por resultado unas obras que tienen ciertas
connotaciones que, sin ser religiosas, tocan una materia que arde. Hablar del sagrado es demasiado equívoco y ha pasado de ser considerado nefando a usarse abusivamente, por moda o ligereza, banalmente. Sería menos equívoco decir que obras como El ojo del trigo y, sobre todo, Sin título (1993) llevan el arte a un nivel profundo que remueve en nosotros unos niveles también profundos, a los que no podemos dar nombre.

(1) José Corredor-Matheos

No es extraño observar el mismo Espai Guinovart de Agramunt como una especie de templo del arte dedicado a la naturaleza y al trabajo de los hombres y las mujeres del campo: empezando por el Mural dedicado a las cuatro estaciones que preside el espacio y que representa el paso del tiempo a través de un movimiento circular sin principio ni fin de cuatro ámbitos; pasando por la Cabaña, el espacio central medio cerrado que protege la memoria y la vida de los ancestros, y terminando por la Era, espacio circular abierto flanqueado por espejos que amplían el horizonte, un círculo de barro primigenio marcado por profundas incisiones de signos y un montón de flechas móviles que le apuntan con fuerza desde la altura.

En este espacio, Guinovart consiguió expresar su propio mito, dar forma a su mitología, meter el paisaje exterior de Agramunt en el interior de un edificio, mientras, al mismo tiempo, representaba su propio paisaje interior, el paraíso perdido y sufrido de su infancia a la luz de una madurez que, como él mismo expresó, a medida que avanzaba el tiempo, le otorgaba más luz al misterio.

En toda su trayectoria artística, vamos divisando esta proximidad hacia un universo simbólico. Un equilibrio poético entre el binomio acción / contemplación, entre un movimiento que lo conduce hacia el exterior, hacia la problemática humana de su momento histórico, y otro que lo lleva hacia adentro, hacia la observación y la conexión de elementos que busca más allá del tiempo y de sus límites.

Ya en sus inicios se siente influenciado por el arte románico, por la cultura popular, así como por un cierto primitivismo y ingenuismo, que lo hacen desarrollar una figuración esquemática en que representa unas figuras frontales que se convierten, por su fuerza y ​​contundencia , iconos que sobrepasan la realidad concreta. Cuando, más adelante, inicia su camino dentro del informalismo, no se convierte en un pintor puramente abstracto, sino que apuesta por la inclusión de elementos de la realidad dentro de sus obras, para insertarlos en su trabajo, sin embargo, todo y reivindicar su cotidianidad, estos objetos se transforman en algo más. Tal como escribe Jaume Creus: «Incorpora cosas sencillas y nos las hace ver trascendentes». De esta forma, se convierten en elementos que se escapan de su propia materia.

El hecho de que Guinovart trabaje de forma continuada con signos concretos que irá repitiendo otorga a su obra un fuerte componente alegórico; podríamos hablar de la creación de un lenguaje metafórico, un vehículo de expresión que se adentra en el pasado remoto, en los espacios ignotos y en la conciencia del misterio que nos rodea.

Por este motivo, «Más allá de la tierra: el trascendente en la obra de Guinovart» se centra en este carácter simbólico de su obra a partir de elementos suficientemente trabajados por este creador, como pueden ser las formas circulares y ovales , las cruces y el trigo. El círculo, como símbolo del culto solar y de perfección, de limitación y protección; la rueda, como símbolo de la dinámica y el movimiento; el huevo, como símbolo de inmortalidad, de germen y potencia de vida, de nueva vida; la cruz, como símbolo omnipresente en nuestra propia cultura, orientación en el espacio, eje del mundo, representación de la relación primaria entre los dos mundos (el espiritual y el terrenal), conjunción de contrarios, símbolo de lucha y de martirio, integración de principios activos y pasivos, y, finalmente, el trigo, como elemento que inunda de vida la tierra de Sión, indispensable en el imaginario propio de Agramunt y de Guinovart, símbolo de fecundidad, crecimiento y prosperidad.

Todos ellos los podríamos definir como arquetipo, concepto que desarrolló CG Jung y que designa aquellas imágenes con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo, que habitan en nuestro interior desde el principio de los tiempos y que continúan conformando lo somos, tal vez aquel rincón de nosotros que hemos ido dejando atrás por una equivocada idea de progreso, pero que, cuando lo reencontramos (en este caso, en la obra de Guinovart), lo reconocemos de forma instintiva e inequívoca, como una voz familiar lejana.

Silvia Muñoz de Imbert
Historiadora y crítica de arte

(1) Guinovart. Obras del 1948 al 2002. Barcelona, ​​Sala de exposiciones